1/4/08

Clavada en un bar...

Cuenta la historia que La Sufridita un día decidió dejar atrás sus ondas marcianas, demoniacas y depresivas y se aventó, desnuda, a la aventura.
Bueno, no desnuda del todo... Llevaba consigo su mochila donde guardaba unos lentes de sol y sus cigarros (alitas claro). Era todo lo que necesitaba.

Y ahí se paró, en mitad de la nada, pidiendo el clásico "aventón" a donde la vida la llevara.

Cual hoja al viento cedió a cuanta propuesta le hacían... Iba, venía, bajaba, subía y nunca se cansaba. Feliz iba de norte a sur, del mar a las montañas. A veces hasta "volaba" y eso mucho la excitaba.

Así estaba, cuando lo encontró a él, en un bar de un crucero. Al momento su mirada la cautivo. Era alto, fuerte y de ojos profundamente negros. ¿Qué más podía pedir? No el hombre de sus sueños, pero sí el de este sueño...

Y tomaron y bailaron y se besaron y todo envuelto en el humo de cigarros... Ese aroma a piel sudada con tabaco y pasto... Todo lo que ella queria... todo lo que deseaba, lo tenía en sus manos.

Una noche, después de sexo desenfrenado, despertó y ya no estaba a su lado... Corrió a buscarlo, al bar de abajo, donde por la tarde momentos de alegría habían pasado, pero no lo encontró, algo había pasado.... Y no le dieron razón, de cómo pudo haber pasado, simplemente se fué, mas bien, se lo llevaron.

Ahí quedó La Sufridita, sumida en sus recuerdos, las ganas de vagar se le quitaron y ese bar, donde había creído encontrar a su amor, en su hogar se había convertido ahora y para siempre.

Sí, clavada en un bar... con su imagen tatuada en su piel... la imagen de un amor frustrado.

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